XVIII
Cuando hace algunos años se cambió el pavimento de la plaza del Padre Antonio, la obra se "complicó" con la aparición del basamento moldurado de los muros septentrionales de la Capilla del Salvador, hasta entonces enterrados. El sentido común hubiera aconsejado prudencia y recto proceder para mejorar un espacio urbanístico y no la simple necesidad de ampliar, sin más, el listado de logros de los políticos de turno, pero no fue así. No se llevó a cabo un estudio detenido de lo aparecido, de su valor y de su conservación. Como originalísima solución, en lugar de corregir el nivel de la plaza para que la Sacra Capilla luciera en su visión original la portada Norte, que se igualaría con las perspectivas de las del lado sur y oeste, se optó por colocar unos cristales que permitieran ver el basamento moldurado recién descubierto. Pasados los años, lo que puede verse es lo que la fotografía muestra, es decir, nada. Los cristales se han tornado absolutamente opacos, pero con "bellas irisaciones marmóreas", y ya sólo sirven como propiciadores de un inmejorable microclima para las muchas plantas que hoy crecen justo sobre los cimientos del monumento. Distinto hubiese sido jugar con una doble altura en el espacio de la plazuela: uno como calle y tránsito, adosado al caserío del costado izquierdo, y otro, rebajado al nivel de la Sacra Capilla, creador de un verdadero ámbito para la permanencia y para la contemplación. Con todo, he de reconocer que el grado de misterio que para propios y extraños supone la visión de los en otro tiempo cristalinos escaparates es tan insuperable como digna de ser tratada en radiofónicos y televisivos programas de lo esotérico, a los que tan aficionado ha sido algún que otro concejal.
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