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LA IMAGEN Y LA PALABRA

CLXIV

«Verdaderos remansos de paz estos claustros de las iglesias catedrales y colegiales, cuya densidad histórica y artística, impermeable a cualquier sugestión frívola, envuelve el pensamiento en un sentimiento amoroso. Más que el mérito arquitectónico en sí mismo, son el ambiente sedante, el silencio, la presencia de los cipreses -a cuya sugestión viene a unirse la difusa, tremente, armonía del órgano cercano-, quienes prestan a ese recinto su natural, no estudiado encanto, haciendo de él "un sitio real para el espíritu” sede de la meditación. Pocos "climas" así, pueden invitar, con una serenidad, a la descentrada o atormentada psicología "depaysé" de los hombres heridos de nostalgia, tocados de infinito. “Azorín” -tan obseso del tiempo- hubiera escrito un maravilloso artículo acogido a la umbrosidad del claustro de Santa María, en los atardeceres estivales concordados de "Ángelus" y golondrinas”». [Juan Pasquau. Biografía de Úbeda].

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