No es ahora el momento de detenerse en la ponderación del importante papel que juega el agua desde muy antiguo en la creación de ambientes y sensaciones cuando va unida a la arquitectura, generalmente en forma de fuentes, entre otras razones por lo arraigado que está el conocimiento de esas funciones en una gran mayoría del público. Pero sí lo es el de denunciar (¡Señor, que cruz me ha caído!) la sequedad de las fuentes que ocupan el espacio central de nuestros monumentos -aquí están los ejemplos del palacio de las Cadenas y del hospital de Santiago- para evitar, supongo, la afluencia de palomas y los consiguientes perjuicios que conlleva. Loable es el intento de protegerse de estas molestas y sucias criaturas voladoras, pero... ¿de verdad se considera que la solución para su control o para su eliminación y la de sus excrementos es vaciar las fuentes y privarnos del disfrute de su repiqueteo en la sugerente belleza de un patio renacentista? Al menos yo ¡y que Dios me perdone! sí puedo gozar del agua y de su susurrante presencia en el claustral y sosegado silencio de este sencillo monasterio.
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