XXXVIII
En ocasiones, como bien saben los que se acercan a este torno en busca de mis humildes comentarios sobre los pecadillos que diariamente se cometen contra esta monumental, patrimonial, congresual y eventual (por lo de eventos) ciudad, me veo obligada a salir del convento por razones de salud, aunque otras hay en que los motivos nada tienen que ver con ella. Es lo que ocurrió la pasada semana, cuando obligada por la madre superiora hube de acercarme a la Biblioteca Municipal para encontrar información sobre la vida y época de nuestra madre fundadora, pues con los avatares de las desamortizaciones nada quedó de la muy rica y cuidada colección de libros que esta santa casa en otro tiempo tuvo, siendo envidia de propios y extraños. Pero más valía no haber desperdiciado mi tiempo ni dejado huérfano durante unas horas el torno. Encontrar un libro en la muy antigua, acreditada y bien dotada de fondos Biblioteca Municipal es una cuestión de fe y de perseverancia, aunque no siempre con estas dos virtudes es suficiente, como tampoco lo es con el buen hacer de los funcionarios que en ella trabajan. Horas pasaron, en una tarea inútil, mientras se abrían cajas, se deshacían montones de libros, quitándolos de las sillas, procurando no pisar ninguno de los muchos que han encontrado acomodo en el suelo, etc., etc., etc. No me extraña que en tan improductiva tarea se me proporcionara un ejemplar con una dedicatoria que de forma más o menos literal decía: "A la Biblioteca Municipal, con la esperanza de que este libro pueda encontrar un lugar en las estanterías". De vuelta al convento, apesadumbrada y pensativa, no podía dejar de sentir que quizá el Infierno tenga entre sus castigos algo parecido a lo que viví.
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