Andaba estos días con cierto desasosiego, pensando que el naciente otoño y el avance de las irrefrenables maravillas del Plan E iban a dificultar la periodicidad de las entradas de este cuaderno, cuando la Providencia ha permitido que pudiera salir del convento por unas horas. ¡Y bien sabe Dios que por desgracia han sido provechosas! Tanto, que junto a las entradas habituales, me voy a permitir iniciar una serie bajo el título de Obras en la plaza de Santa María. Pero antes de eso, como aperitivo, vaya una humilde lección sobre el sufrido adoquín que cubría nuestras calles de una determinada manera hasta que algún lixto (listo con "x" demuestra un grado superior de inteligencia según me decía un sabio profesor) se ha inventado una nueva técnica de colocación con evidentes y distintos resultados. Y comienzo: lo de ir mirando adoquines es normal por la humildad que se me exige y porque la mejor manera de ejercerla, las pocas veces que una sale al mundo, es la de fijar los ojos en la superficie de la calzada (concepto -este de calzada- que espero todavía se comprenda ante lo desconocido que ya va siendo en Úbeda por su comunión con las aceras). Por ello, he observado cómo se ponían los adoquines (primera fotografía) por los años 50 en esta ciudad: muy juntitos y encajados; habiendo sido, por eso, capaces de aguantar las muchas barbaridades que a lo largo de los años, no siendo precisamente la de un tráfico continuadamente inmisericorde, la de menor importancia. En aquel entonces, hubo saber hacer y visión de futuro... Hoy, como indica la segunda fotografía, se colocan con una separación de varios centímetros que luego se rellena para hacerla desaparecer casi como al mismo adoquín, dando una falsa impresión de obra bien realizada, artística y firme. Pero claro, como la visión de futuro se olvida cuando lo que interesa es únicamente lo aparente frente a lo sólido, lo inmediato frente a lo permanente y lo demagógico frente a la defensa de nuestros valores patrimoniales, nos encontramos con que cuando la obra tan relamidamente terminada y tan a punto de caramelo para su inauguración por parte de alcaldes/as, concejales/as y delegados/as se somete al paso del tiempo lo que parecía bien hecho y firme se manifiesta impúdicamente a los vecinos en toda su verdad, y tanto, que incluso pueden hacerse molestas fotografías (como las que siguen) que lo demuestran.
3 comentarios:
Hermana, no se entera. Disponer de tal guisa los adoquines es para facilitar que puedan ser arrancados y posteriormente lanzados, como pasaba en Francia en el mes de mayo del 68.
Hermana, separar los adoquines es una medida disuasoria para los coches. Con las hiladas de piedras así dispuestas, las vibraciones que se transmiten a los vehículos que circulan por ellas hacen que se busquen rutas alternativas, por eso se han puesto de esa manera. Es un homenaje a la inteligencia: sin prohibir, se evitará el acceso de coches al casco histórico. Ya lo notará vuestra maternidad cuando camine con sus modestas esparteñas por tal pavimento. Cuídese
Hermana, no haga caso de Diego de la Cruz. Separar los adoquines NO es una medida disuasoria para los coches. Con las hiladas de piedras así dispuestas, las vibraciones de los vehículos que circulan por las calles transmiten a la atmósfera gran cantidad de energía en forma de ruido, lo que ayuda a hacer inhabitable el casco histórico. Los vecinos deben soportar tales estruendos a todas horas. Esta forma de pavimentar es un homenaje no a la inteligencia sino a la indiferencia de quienes la planifican. Indiferencia que además viene de lejos. Si no, que alguien mida la longitud de la gigantesca banda sonora que rodea el casco histórico desde lo que fuera Academia de la Guardia Civil hasta la Cruz de Hierro. Circular por ella sólo resulta molesto para los conductores a baja velocidad. Acelerando ya es otra cosa. ¡Casi dos kilómetos de ruido inútil inducido por quienes cuidan el casco histórico y que, afortunadamente para ellos, viven lejos de sus soluciones! Sin duda abrigan la convicción de que el hormigón impreso es un material noble. Otra herencia del Renacimiento.
Es algo semejante a lo que sucede con las sopladoras que cada madrugada castigan con sesenta o setenta decibelios a los habitantes de las calles de la ciudad que se "barren" cada día. Sí. Porque dicen que hay calles que se barren todos los días pese a que en la mayoría, de la limpieza urbana no se conoce más que el recibo "de la mugre".
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