El verdadero problema en la disputa sobre el laurel de la lonja del hospital de Santiago no es la propuesta de algunos de intentar trasladarlo a otro lugar para así poder dejar al descubierto la vista del monumento que lo cobija y protege; tampoco es el hecho de que un árbol no protegido ni en peligro de extinción (y por lo tanto bastante común) enmascare algo único y además declarado Monumento Nacional; ni siquiera el hecho de que una planta con algo más de treinta años reciba más afectos que un edificio histórico que ya va para los quinientos; y mucho menos el miedo a que se cumpla el dicho popular que apostilla que «quien planta un laurel no lo verá crecer», porque de lo que se habla es de una maldición para el hecho de plantar no de arrancar. El problema viene de la mano del porte que va adquiriendo tan apreciado ejemplar de la flora local, tanto que ya casi oculta por completo una de las ventanas de nuestro magno centro cultural provocando, como consecuencia, la pérdida de un soporte para otro más de los muchos carteles que tan bella y respetuosamente anuncian los muy nobles e importantes «eventos» que en tan artístico y renacentista tablón de anuncios se pregonan.
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